Zona residencial, Vizcaya. Una tarde soleada y fría. Recuerdo que serían sobre las cuatro. Una fila enorme de adosados. De estos que están bien dispuestos, limpios con sus cara-vistas de color arcilla. Todo ajardinado. El cielo, azul, pincelado con alguna que otra nube blanca y esas estelas también blancas que dejan los aviones tras sus peculiares trayectos. Silencio. Me acerco a una puerta más.
- ¡¡Rinng!!
Me pongo tenso, pues comprendo que ha sido mi dedo el causante de que los ladridos de una pequeña fiera se desencadenen. Mi cabeza entiende que no hay nada que temer, puesto que esos pequeños ladridos insidiosos pero insistentes provienen de un pequeño chucho.
-Nada que temer- me digo. Mi cuerpo rígido, parece no tenerlo tan claro.
Mis pensamientos se revolucionan como cual enjambre de abejas. La espera, quizás formada por breves y míseros instantes, se me antoja eterna.
Me armo de valor. Me acerco de nuevo a la puerta, puesto que parece que en la casa sólo se ha enterado de la llamada el perrillo, que no cesa en su empeño de imponer su presencia tras la barrera.
Me quiere atacar, lo veo. Lo siento arañar la puerta, ladridos y más ladridos.
- ¡¡Ringg!!- mi dedo vuelve a presionar. Entiendo que si hubiera alguna clase de peligro, el dueño metería a la fiera en una de las habitaciones del hogar. Por esa parte no hay problema.
La puerta se abre, y antes de hacerlo al completo, la pequeña ratilla ladradora se abalanza, soltando más y más ladridos descomunales. Reconozco haber visto algún programa de esos del "encantador de perros": La energía es importante. Hay que mantener la energía equilibrada para dar una impresión al cánido.
Mi cabeza sabe de eso. Lo sé. Lo tuve en cuenta. Pero reconozco que en aquella ocasión, la situación se me fue de las manos. Retrocedí. En vez de quedarme quieto y establecerme como "lider de la manada", mi pie traidor fue el causante de mi derrota. El pequeño perrito se agrandó. Se hizo enorme y lo que resultó es que se empeñó con uno de mis zapatos. Éstos bailaban presos de pánico para evitar la pequeña perturbación. Reconozco que sentía la presencia de la dueña en el umbral de la puerta. Hasta que, al fin, una horrible presión surgió en mi pie derecho. No sé si grité. De lo que sí que me acuerdo es de los pequeños y afilados dientecillos.
- ¡¿Será hijo de perra?!- Me dije a mí mismo.
No lo solté a los cuatro vientos, por supuesto, hay que mantener el control ante los acontecimientos. La primera impresión es la que vale y ya os imagináis la penosidad del momento. Me sentía como la esencia mísma del significado "gusano". Así voy yo a promocionar libros, me dije.
- Me ha mordido- eso sí que lo solté. Se lo hice bien saber a la mujer que se abalanzó, tras esperar lo que resultó ser una eternidad, disfrutando del acontecimiento desde su puerta, creo yo, para alcanzar a la fiera desatada. Luego, en sus brazos, parecía un trozo mopa, jadeante todavía, eso sí, pero mucho menos amenazadora. La adentró. La encerró en una de aquellas mazmorras que tuviera en su piso y me preguntó que qué era lo que quería, y que la perdonara, que había sido culpa suya, que no suele morder...
viendo las buenas intenciones de la mujer, me presenté a duras penas.
- Nada, que soy un escritor que está promocionándo su primera novela- todo esto sin dejar de friccionar el lugar de la mordida para comprobar que sólo había sido un susto- y estoy buscando a gente que le guste la lectura.
- Pues sí que me gusta- dijo apurada.
La adquisición estaba realizada. Tras pocas explicaciones más ya estaba dedicando el ejemplar.
- Se habrá asustado- dije algo más calmado.
- Sí, eso es, no suele comportarse así- creí escuchar mientras me iba alejando.
Ahora tocaba proseguir con mi peculiar deslizar y con un pie dolorido.
- ¡¡Rinng!!
Me pongo tenso, pues comprendo que ha sido mi dedo el causante de que los ladridos de una pequeña fiera se desencadenen. Mi cabeza entiende que no hay nada que temer, puesto que esos pequeños ladridos insidiosos pero insistentes provienen de un pequeño chucho.
-Nada que temer- me digo. Mi cuerpo rígido, parece no tenerlo tan claro.
Mis pensamientos se revolucionan como cual enjambre de abejas. La espera, quizás formada por breves y míseros instantes, se me antoja eterna.
Me armo de valor. Me acerco de nuevo a la puerta, puesto que parece que en la casa sólo se ha enterado de la llamada el perrillo, que no cesa en su empeño de imponer su presencia tras la barrera.
Me quiere atacar, lo veo. Lo siento arañar la puerta, ladridos y más ladridos.
- ¡¡Ringg!!- mi dedo vuelve a presionar. Entiendo que si hubiera alguna clase de peligro, el dueño metería a la fiera en una de las habitaciones del hogar. Por esa parte no hay problema.
La puerta se abre, y antes de hacerlo al completo, la pequeña ratilla ladradora se abalanza, soltando más y más ladridos descomunales. Reconozco haber visto algún programa de esos del "encantador de perros": La energía es importante. Hay que mantener la energía equilibrada para dar una impresión al cánido.
Mi cabeza sabe de eso. Lo sé. Lo tuve en cuenta. Pero reconozco que en aquella ocasión, la situación se me fue de las manos. Retrocedí. En vez de quedarme quieto y establecerme como "lider de la manada", mi pie traidor fue el causante de mi derrota. El pequeño perrito se agrandó. Se hizo enorme y lo que resultó es que se empeñó con uno de mis zapatos. Éstos bailaban presos de pánico para evitar la pequeña perturbación. Reconozco que sentía la presencia de la dueña en el umbral de la puerta. Hasta que, al fin, una horrible presión surgió en mi pie derecho. No sé si grité. De lo que sí que me acuerdo es de los pequeños y afilados dientecillos.
- ¡¿Será hijo de perra?!- Me dije a mí mismo.
No lo solté a los cuatro vientos, por supuesto, hay que mantener el control ante los acontecimientos. La primera impresión es la que vale y ya os imagináis la penosidad del momento. Me sentía como la esencia mísma del significado "gusano". Así voy yo a promocionar libros, me dije.
- Me ha mordido- eso sí que lo solté. Se lo hice bien saber a la mujer que se abalanzó, tras esperar lo que resultó ser una eternidad, disfrutando del acontecimiento desde su puerta, creo yo, para alcanzar a la fiera desatada. Luego, en sus brazos, parecía un trozo mopa, jadeante todavía, eso sí, pero mucho menos amenazadora. La adentró. La encerró en una de aquellas mazmorras que tuviera en su piso y me preguntó que qué era lo que quería, y que la perdonara, que había sido culpa suya, que no suele morder...
viendo las buenas intenciones de la mujer, me presenté a duras penas.
- Nada, que soy un escritor que está promocionándo su primera novela- todo esto sin dejar de friccionar el lugar de la mordida para comprobar que sólo había sido un susto- y estoy buscando a gente que le guste la lectura.
- Pues sí que me gusta- dijo apurada.
La adquisición estaba realizada. Tras pocas explicaciones más ya estaba dedicando el ejemplar.
- Se habrá asustado- dije algo más calmado.
- Sí, eso es, no suele comportarse así- creí escuchar mientras me iba alejando.
Ahora tocaba proseguir con mi peculiar deslizar y con un pie dolorido.
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